Cuando se apagan las luces de Navidad…. ¡es tiempo de CUIDARSE!

navidad

Las Navidades son tiempo de emociones fuertes y sentimientos encontrados. Bien porque ES un tiempo de reencuentros, risas, armonía y felicidad, bien por que hemos sufrido pérdidas que nos pesan en el alma empeñándose en no dejarnos respirar o porque ha habido momentos de estrés enfados que te hacen cuestionar si vale la pena tanto esfuerzo la Navidad no deja impasible a nadie.

La mayoría tenemos una relación de amor-odio con la Navidad.

Por eso ahora que se han apagado las luces de Navidad y nos concentramos en el año que empieza es el momento de recuperar energía, de «cargar pilas» para dejar atrás los malos momentos, las viejas cargas, encarando con alegría y fuerza los nuevos proyectos. ¿Y cómo recuperamos energía?

Encuentra aquello que más te gusta y guarda tiempo para hacerlo 

leer, pasear, quedar con amigos, una actividad artística, escuchar música… lo que sea. Es el momento de darle prioridad.

Por que no podrás seguir si no tienes energía. Por que si arrastras peso innecesario los proyectos se quedarán en proyectos, aumentando la sensación de fracaso y desesperanza.

Tienes todo un nuevo año para vivir

así que reserva espacios en tu agenda para CUIDARTE, para recargarte y para vivir. No lo dejes al azar, no esperes a tener un hueco….no lo tendrás.

 

 

Entender la soledad

Entender la soledad

A muchas personas les pesa un sentimiento de soledad profundo escondido en medio del pecho del que no encuentran manera de librarse. A veces se lanzan a la desesperada a hacer amigos, o buscar pareja en los que ponen expectativas altísimas (desproporcionadas), sintiéndose  traicionados, entristecidos hasta sentir un dolor físico, cuando estas personas no  cumplen con lo que esperaban de ellas. Otras veces se encierran en ellos mismos jurando no volver a confiar en nadie, no volver a amar.

Lo más curioso, es que  las consultas de los sicólogos se llenan de personas que han encontrado una pareja con la que se sienten felices, con la que tiene hijos preciosos con los que mantienen una buena relación y amigos a los que quiero les quieren…y aún así se siguen sintiendo solos. ¿Qué está pasando?

Cada vez es más aceptada entre los profesionales de la psicología  la concepción que el vínculo madre-bebé es determinante en la formación de los rasgos de personalidad que marcaran el carácter de cada uno. El bebé  en los primeros meses de vida no percibe a la madre como un ser separado de él mismo, al contrario creen que forman un solo ser esperando que todas sus necesidades sean atendidas de forma inmediata.

La relación madre-hijo es tan fuerte y exclusiva en los primeros años de vida, que es común no cubrir la inmensa necesidad de amor, atención  y compañía que tienen los niños en sus primeros años. La mayoría de las “neurosis” tienen su origen en una “maternidad” que no ha logrado acudir a la llamada de atención, cobijo, amor, alimento, olor, voz, apoyo… que tiene un bebé. Estas necesidades tienen que ser cubiertas por la madre, a poder ser con la ayuda de otras personas “maternantes” que ayudan a atender las necesidades del niño.

Esta carencia puede llevar a una sensación de soledad que se arrastrará toda la vida.

Algunas personas intentan llenar esta soledad con diferentes “adicciones”, trabajo, aficiones, comida, etc. A menudo se embarcan en una carrera vital para encontrar amigos. Intentan llenar ese vacío que existe en su vida desde fuera, olvidando el origen de este vacío, de esta soledad.

Es importante comprender que esta soledad nos pertenece a nosotros no pudiendo ser satisfecha desde el exterior,  ya que únicamente podría ser llenado por uno mismo.

Es importante mirar cara a cara al dolor que sentimos, el abandono, el miedo, la soledad, la frustración de no conseguir aquello que anhelábamos para poder  dejar atrás la búsqueda de la madre, pero no la madre actual (si se tiene la suerte de que la madre siga viva), sino aquella madre-bebé.

La soledad que sentimos es la soledad del primer abandono. El bebé o el niño pequeño no tiene recursos para afrontar el dolor tejiendo una red de estrategias que le ayudarán a evitarlo.  Pero el adulto que somos ya no necesita estas estrategias. Puede enfrentarse al dolor, a la soledad original entendiendo el origen de ella.

Desde su posición de persona amorosa, puede ampararse a sí mismo, acogerse, amarse, cuidarse, no abandonarse, guardar tiempo para él/ella mismo/a para atender sus necesidades desde el amor del adulto.

No busquemos en otras personas que satisfagan las necesidades de amor, atención, escucha, cobijo, etc. que vamos arrastrando desde la infancia, porque no es posible. Debemos ser nosotros mismos los que reconozcamos nuestro dolor, nuestra herida y nos empleemos a fondo en sanar.

Ya no somos lo que en la Gestalt se llama el niño/niña “mamón/a” que sólo busca la teta para nutrirse. Ya no somos ese niño que exige: “dame, dame, dame”… somos capaces de nutrirnos a nosotros mismos y a los que nos rodean.

Entender que nuestros padres hicieron lo que pudieron y tomar la responsabilidad de nuestra salud emocional a partir de ahora, nos corresponde a nosotros y no a un sustituto de nuestra madre.

Sólo así dejaremos de sentirnos solos y podremos enfrentar la vida disfrutando del amor que damos y nos dan.

Foto: blog Taringa

Abrirse a los demás

Hoy tenía que coger el tren para un trayecto corto que se me presentaba como un espacio muy deseado de soledad y de lectura. Con dos niñas pequeñas me cuesta encontrar momentos para la lectura, y la idea de poder leer sin interrupciones durante más de una hora me llenaba de alegría.

Al subir al tren un señor se levantaba del sitio al lado de la ventana que a mí me gusta, ¿se podía pedir más? Pero no, únicamente había ido a preguntar algo al que tenía enfrente y volvía a sentarse a mi lado.

No había tenido tiempo de sacar el libro que ya estaba intentando entablar conversación. Confieso que me sentía molesta, le veía como un pesado que me estaba robando mi espacio, ¿acaso no tenía yo derecho a leer tranquila? Bien, no se por qué decidí escuchar, al fin y al cabo tenía esa pinta de viajero que tanto nos atrae.

Lo sorprendente es que Javier resultó ser un compañero de viaje interesante, generoso en histórias  enriquecedoras, tanto por lo que explicaba como por su historia personal. Una vez jubilado ha decidido recorrer Europa caminando. Venía de recorrer Cerdeña a pie y se dirigía a Irún donde vive. No planea el viaje, coge una pequeña mochila y se lanza a caminar buscando el camino según avanza, durmiendo donde toca y comiendo allá donde tiene hambre. Javier no tiene miedo, sabe que siempre hay alguien que te ayuda sí lo necesitas, que te acoge , con quién compartir una buena charla o un plato de comida. No entiende que los demás preparemos el viaje paso a paso meses antes de la partida y probablemente le sorprendería oír que a mí, así de entrada, no me apetecía charlar.

Javier me ha hecho pensar en lo desconectados que estamos unos de otros. Yo no vi a la persona que hay en él, lo descubrí por casualidad, por abrirme a él en nuestro breve encuentro, por compartir juntos parte de nuestro camino.

Javier es uno de esos compañeros de viaje que nos salen al encuentro y nos enseñan algo de nosotros mismos. Para aprenderlo tenemos que estar abiertos, debemos acoger a los demás dejando que entren en nuestras vidas, en nuestro corazón.

Recuperemos la capacidad de abrirnos a los demás, hagamos que los trenes, las paradas de autobús, los metros, los viajes, sean lugares de encuentro y comunicación, donde las personas hablen alegrándose de compartir parte del camino.

Abrámonos  a los demás para que puedan entrar en nuestras vidas. Únicamente así podremos encontrarnos con los Javieres del mundo que nos enseñan que el camino solo hay que empezar a andarlo, con poco equipaje y confianza en las personas.

Aprender a autocuestionarse

aprender auto cuestionarse 

Muchas de las actitudes y creencias que mantenemos en realidad no nos agradan,  y aún así las repetimos a lo largo de nuestra vida sin plantearnos hasta qué punto nos pertenecen,  o las hemos aprendido.

Según la Psicóloga Pilar Arlándiz, las relaciones que tuvimos con nuestros padres se perpetúan.

Tendemos a repetir como adultos, aquellos patrones de comportamiento con los que nuestros padres se relacionaron con nosotros. De esta forma, si fue una relación de distanciamiento, desapego, desinterés o soledad, tendremos a relacionarnos de la misma manera con los que nos rodean y con nuestros hijos. Ante una situación de falta de respeto físico o verbal, probablemente nos encontremos siendo irrespetuosos con los que nos rodean excepto, claro está, con aquellos que nos dan miedo, lo cuál no es mucho mejor, ya que la diferencia entre lo que queremos hacer y lo que hacemos generará una angustia tal, que como poco acabará en úlcera.

Por el contrario, si nuestros padres nos respetaron, amaron, comprendieron dándonos seguridad y confianza, construiremos relaciones familiares y sociales sobre los mismos pilares.

 

La cuestión sería ¿Es posible la desprogramación para actuar de otro modo?

Sí, a través del Auto cuestionamiento.

Cada vez que nos sorprendamos actuando de una forma que no nos gusta, debemos analizar qué sentimientos la están provocando, y quizás, buscar en qué experiencia de nuestro pasado aprendimos a comportarnos de esta manera.  Muchas de las “estrategias” que aprendimos de niños, no son  necesarias con las herramientas que un adulto tiene para gestionar los conflictos sociales.

Por ejemplo, es posible que ante una situación de gritos constante, un niño aprenda a gritar como forma de encontrar su espacio en una familia gritona. Este tono de voz puede extenderse en nuestra vida de adultos cada vez que queremos llamar la atención de alguien, pero ya no necesitamos gritar, como adultos disponemos de otras formas de comunicarnos igualmente válidas y más respetuosas. Quizás al requerir la atención de nuestros padres, estos no se encontraban en situación de dárnosla, ante el dolor que nos produjo la ignorancia de nuestros padres es posible que nos encerrásemos en un mundo interior dejando de reclamar atención. Posiblemente estos niños crezcan hasta convertirse en adultos introvertidos, tímidos o con dificultades a la hora de acercarse a la gente.

Auto cuestionarnos nos llevará a entender el porqué de muchas cosas que hacemos y a cambiarlas si no nos gustan.

Aquella parte de nosotros que rechazamos, es la que nos disgusta en los demás  al reconocer algo de nosotros que no queremos. Esta es una buena manera de comenzar

Eso sí, habrá que ser valiente, y abrir la mente. Es muy fácil ampararse en el “yo soy así y el que no quiera que no mire”, sin hacerse responsable de uno mismo.

Por: María Aparicio

Vivir el PRESENTE… en el presente

vivir el presente en el presente

Todos vivimos en el presente, qué remedio, es el tiempo en el que estamos y por mucho que nos gustaría a veces cambiar las cosas, el pasado ya se fue y el fututo aún no ha llegado (ni siquiera sabemos si llegará).

Cuando hablo de vivir en el PRESENTE, no me refiero al aspecto físico o biológico de vivir. Vivir no solo consiste en alimentarnos, asearnos, caminar, dormir, leer en libro…eso ya sabemos que lo hacemos ahora.

Me refiero a estar “presentes” en el momento en que vivimos, siendo conscientes de quienes somos aquí y ahora. Me refiero a una “PRESENCIALIDAD”  observando, viviendo y expresando  nuestros pensamientos y emociones, a un  reconocimiento de nosotros mismos en nuestro verdadero ser. No podemos “vivenciar”, “Experimentar” (sólo recrear en la imaginación), lo que es pasado y ausente, o inexistente futuro.

Hay muchas razones que puede que nos alejen de nuestro presente. Puede que nos sintamos torpes, avergonzados, con necesidad de justificarnos, o poco interesantes, no es extraño que queramos alejarnos de un presente que rechazamos, para emplearnos en fantasías y especulaciones de lo que nos gustaría que fuese. Usamos técnicas de evitación para alejar  la “incomodidad del presente”.

Estas maniobras de evitación no nos dejan vivir  ya que huimos de quienes somos, nos escondemos detrás de una pantalla de autoengaños, de rechazos de nosotros mismos que no nos deja llegar a nuestro verdadero yo. No estamos viviendo nuestra vida tal y como somos, la estamos ocultando, negando, esperando a vivir cuando las cosas sean como nos gustaría, dejando que el PRESENTE  se escape entre nuestras manos sin vivirlo, para no recuperarlo jamás.

Para vivir hay que tener CONSCIENCIA plena de nosotros, haciendo un esfuerzo por llamar a nuestras emociones por su nombre (miedo, ira, inseguridad, complejo, soberbia…). Reconocer y expresar lo que estamos sintiendo en este preciso momento sin cuestionarlo, sin juzgarnos, con el único propósito de vivir nuestra vida tal y como es, sin rechazarla.

Significa RESPONSABILIDAD sobre nuestros pensamientos, emociones y actos. Somos lo que pensamos, somos lo que sentimos, somos lo que hacemos. Necesitamos aceptar la responsabilidad como actores de nuestra realidad, sin juicios o valoraciones que nos alejen una vez más de nuestra vida real. Vivir y experimentar lo que somos y quienes somos.

Conocernos nos hará saber dónde estamos, cómo nos sentimos, en definitiva, como llegamos a ser quienes somos. Pondrá en nuestras manos las herramientas para cambiar aquello que no nos guste. Y a partir de aquí podremos plantearnos objetivos y metas en la seguridad de que cada paso que demos nos acercará a nuestra meta.

NO VIVIR EL PRESENTE supone NO VIVIR.

Por: María Aparicio