A muchas personas les pesa un sentimiento de soledad profundo escondido en medio del pecho del que no encuentran manera de librarse. A veces se lanzan a la desesperada a hacer amigos, o buscar pareja en los que ponen expectativas altísimas (desproporcionadas), sintiéndose traicionados, entristecidos hasta sentir un dolor físico, cuando estas personas no cumplen con lo que esperaban de ellas. Otras veces se encierran en ellos mismos jurando no volver a confiar en nadie, no volver a amar.
Lo más curioso, es que las consultas de los sicólogos se llenan de personas que han encontrado una pareja con la que se sienten felices, con la que tiene hijos preciosos con los que mantienen una buena relación y amigos a los que quiero les quieren…y aún así se siguen sintiendo solos. ¿Qué está pasando?
Cada vez es más aceptada entre los profesionales de la psicología la concepción que el vínculo madre-bebé es determinante en la formación de los rasgos de personalidad que marcaran el carácter de cada uno. El bebé en los primeros meses de vida no percibe a la madre como un ser separado de él mismo, al contrario creen que forman un solo ser esperando que todas sus necesidades sean atendidas de forma inmediata.
La relación madre-hijo es tan fuerte y exclusiva en los primeros años de vida, que es común no cubrir la inmensa necesidad de amor, atención y compañía que tienen los niños en sus primeros años. La mayoría de las “neurosis” tienen su origen en una “maternidad” que no ha logrado acudir a la llamada de atención, cobijo, amor, alimento, olor, voz, apoyo… que tiene un bebé. Estas necesidades tienen que ser cubiertas por la madre, a poder ser con la ayuda de otras personas “maternantes” que ayudan a atender las necesidades del niño.
Esta carencia puede llevar a una sensación de soledad que se arrastrará toda la vida.
Algunas personas intentan llenar esta soledad con diferentes “adicciones”, trabajo, aficiones, comida, etc. A menudo se embarcan en una carrera vital para encontrar amigos. Intentan llenar ese vacío que existe en su vida desde fuera, olvidando el origen de este vacío, de esta soledad.
Es importante comprender que esta soledad nos pertenece a nosotros no pudiendo ser satisfecha desde el exterior, ya que únicamente podría ser llenado por uno mismo.
Es importante mirar cara a cara al dolor que sentimos, el abandono, el miedo, la soledad, la frustración de no conseguir aquello que anhelábamos para poder dejar atrás la búsqueda de la madre, pero no la madre actual (si se tiene la suerte de que la madre siga viva), sino aquella madre-bebé.
La soledad que sentimos es la soledad del primer abandono. El bebé o el niño pequeño no tiene recursos para afrontar el dolor tejiendo una red de estrategias que le ayudarán a evitarlo. Pero el adulto que somos ya no necesita estas estrategias. Puede enfrentarse al dolor, a la soledad original entendiendo el origen de ella.
Desde su posición de persona amorosa, puede ampararse a sí mismo, acogerse, amarse, cuidarse, no abandonarse, guardar tiempo para él/ella mismo/a para atender sus necesidades desde el amor del adulto.
No busquemos en otras personas que satisfagan las necesidades de amor, atención, escucha, cobijo, etc. que vamos arrastrando desde la infancia, porque no es posible. Debemos ser nosotros mismos los que reconozcamos nuestro dolor, nuestra herida y nos empleemos a fondo en sanar.
Ya no somos lo que en la Gestalt se llama el niño/niña “mamón/a” que sólo busca la teta para nutrirse. Ya no somos ese niño que exige: “dame, dame, dame”… somos capaces de nutrirnos a nosotros mismos y a los que nos rodean.
Entender que nuestros padres hicieron lo que pudieron y tomar la responsabilidad de nuestra salud emocional a partir de ahora, nos corresponde a nosotros y no a un sustituto de nuestra madre.
Sólo así dejaremos de sentirnos solos y podremos enfrentar la vida disfrutando del amor que damos y nos dan.
Foto: blog Taringa